Hace 90 años, la última rebelión militar en Baja California Sur
Por: Juan Cuauhtémoc Murillo
Hace 90 años, el 7 de marzo de 1929, en lo que actualmente es el estado de Baja California Sur (BCS) ocurrió la última asonada militar que registra la historia sud-peninsular. En ese tiempo, a nivel nacional estaba reciente el asesinato del general y presidente electo Álvaro Obregón, el día 3 (en que inició la revuelta), se llevaba a cabo la Convención que fundaría al Partido Nacional Revolucionario y comenzaba la efervescencia para elegir nuevo presidente de la república. En tanto, en el entonces Territorio Sur de la Baja California estaba como gobernador el general Amado Aguirre (quien había llegado en noviembre de 1927 tras alcanzar una extensa e importante carrera militar y política en el país) y se habían suprimido los ayuntamientos sudcalifornianos al iniciar ese año.
Al secundar el Plan de Hermosillo (conocido también como el manifiesto de la Rebelión Escobarista, que encabezó el general José Gonzalo Escobar en diversas entidades del país, como Chihuahua, Durango, Nuevo León, Sonora y Veracruz, contra el presidente Emilio Portes Gil), un grupo de militares del destacamento en La Paz se sublevaron en la madrugada del 7 de marzo, al mando del entonces jefe del Estado Mayor de la Jefatura de Operaciones Militares en el Territorio, Salvador López Garfias.
No obstante que un día antes los rebeldes habían jurado al general Aguirre su lealtad al Supremo Gobierno y, como diría el propio Aguirre, “sin que observara síntoma alguno que me revelara el complot que tenían”, los inconformes tomaron en las primeras horas del día el barco Washington que estaba fondeado en la bahía, la estación inalámbrica, las oficinas de telégrafos y de Hacienda y desarmaron a la policía de la ciudad.
En un momento temprano, los inconformes, entre ellos los mayores Guillermo Garduño, Canto González y José Alcocer, notificaron personalmente su intención al gobernador Aguirre con la invitación que se sumara a ellos como jefe, a lo que el mandatario sudcaliforniano se negó, al tiempo de exhortarlos a dejar la insurrección. A pesar de la negativa de Aguirre, los insubordinados respetaron la decisión de su hasta entonces comandante, por lo que lo dejaron en su hogar para emprender otras acciones. Tras la partida de los inconformes, como recuerda en sus Memorias el propio Aguirre, “después de tomarse una taza de café negro”, se dirigió a la Casa de Gobierno a supervisar las consecuencias de la asonada y darse cuenta de que sólo comprendía un pequeño grupo de soldados. Aun así, dispuso rápidamente que los fondos del gobierno local, que ascendían a 45, 900 dólares y resguardados en la Casa Ruffo, se distribuyeran en el pago de la nómina oficial correspondiente al mes de marzo.
Para evitar un enfrentamiento a los sublevados, el también ingeniero nacido en Jalisco, salió de la ciudad rumbo a la localidad de El Triunfo, acompañado de sus hijos Gustavo y Raúl (quienes trabajaban con él como practicantes de ingeniería) y el capitán Aurelio Pineda, pero se detuvo en el Cerro Atravesado donde permaneció escondido hasta el anochecer y observar desde la cima lo que sucedía en el puerto.
Hacia las nueve de la noche decidió regresar a la ciudad y comprobó que los seguidores de Escobar se habían marchado en el barco asegurado, rumbo a Santa Rosalía, después de haber liberado a los escasos presos que concentraba la cárcel y haber intentado tomar los fondos que, previamente, el mismo gobernador ya había dispuesto de otra manera.
En la travesía que los rebeldes hicieron desde La Paz rumbo al puerto de Guaymas, para sumarse a uno de los centros del escobarismo, al día siguiente, el 8 de marzo, realizaron una escala en Santa Rosalía donde se abastecieron y confiscaron 20 mil pesos en las oficinas de la Aduana, Correos y de la agencia del Banco de México.
Ese mismo día, en La Paz, el gobernador apresó a los jóvenes capitanes y hermanos Félix y José Ortega, quienes, al parecer ebrios, habían gritado vivas a la rebelión iniciada un día antes en la ciudad. Ante ello, el padre de los jóvenes, el general revolucionario Félix Ortega Aguilar, conversó con Aguirre con quien logró la liberación, bajo la condición de que no abandonaran la capital del Territorio hasta nuevo aviso.
Las acciones de los infidentes se circunscribieron a sólo dos días, el 7 y el 8, a las localidades de La Paz y Santa Rosalía, por lo que el territorio se mantuvo en calma durante las siguientes semanas, al tiempo que el presidente Portes Gil envió apoyo económico y militar al gobernador Aguirre.
La insurrección nacional tuvo una duración de tres meses, ya que la campaña contra Escobar y sus seguidores resultó efectiva bajo el mando del general Plutarco Elías Calles, con el apoyo de los generales Lázaro Cárdenas y Juan Andrew Almazán.
Como una curiosidad de nuestra historia, en el Plan de Hermosillo aparece la firma del entonces general brigadier Agustín Olachea, quien cambia de parecer rápidamente y ratifica su lealtad a las fuerzas federales, de tal manera que participa en los combates contra los rebeldes en Sonora. Con la derrota de la insurrección, Olachea alcanza el grado de general de brigada y en pocos meses después es enviado a gobernar esta tierra, en sustitución del general Amado Aguirre.