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Se cumplen 60 años del destructivo ciclón de 1959 en Baja California Sur

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Por Juan Cuauhtémoc Murillo

Los días 9 y 10 de septiembre de 1959, hace sesenta años, Baja California Sur sufrió los daños materiales más grandes y las pérdidas económicas más altas conocidas hasta entonces por el paso de un huracán, para colocarse como el tercero más destructivo en su historia, después del Odile y el Liza décadas después, y que tocó, prácticamente, a todo el territorio entero.

Formado el día 4 frente a las costas de Guatemala, la décima tormenta de la temporada recorrió la costa mexicana del océano Pacífico en cinco días. El martes 8 tenía el pronóstico de dirigirse al puerto de Mazatlán, pero varió su dirección hacia el norte-noroeste de tal manera que se enfiló hacia tierras sudcalifornianas entrando por Cabo San Lucas con fuertes lluvias y como un huracán categoría 1, de acuerdo a la escala Saffir-Simpson.

Hacia las tres de la mañana del miércoles 9 el ciclón ya se hallaba en la ciudad de La Paz y provocó lluvias durante catorce horas continuas, alcanzando su máxima derrama entre las diez de la mañana y las dos de la tarde, para aminar hacia las cuatro de la tarde. Como se aprecia en el mapa, su camino siguió una línea por el centro del entonces territorio Sur de la Baja California con constantes precipitaciones en todo su recorrido, pasando en la noche de ese día por Comondú y Loreto, y en las primeras horas de la mañana del jueves 10 afectó Santa Rosalía y San Ignacio. Para el siguiente día ya se encontró en la misma ruta recta hacia el norte de la península en donde se convirtió en depresión tropical y desaparecer el día 12.

La relativa sorpresa de su llegada debido al escaso desarrollo de las comunicaciones de la época llevaron a que los efectos del huracán se conocieran muchas horas después de su paso; de tal manera que, por ejemplo, las autoridades radicadas en La Paz informaron en la noche del 9 que desconocían los daños ocurridos tanto en el sur como el norte pues, argumentaron, se encontraban literalmente con las comunicaciones suspendidas, tanto en los caminos como en las radiofónicas y telegráficas.

Lo que sí se conoció pronto fue la ausencia del gobernador del territorio, el general Bonifacio Salinas Leal, quien se encontraba en la ciudad de México. Salinas Leal había sido designado apenas unos meses atrás por el presidente Adolfo López Mateos, pero este tipo de faltas serían una constante del ejecutivo local a lo largo de los siguientes seis años de su gestión administrativa. El caso es que el militar de origen neoleonés regresó a La Paz hasta el 14 de septiembre. En tanto, la emergencia fue atendida por el secretario general, Eloy Cantú.

Las notas informativas que se generaron desde La Paz a la capital de la república pronto comenzaron a dar cuenta del desastre ocasionado por el paso del huracán. Un radiograma de la Secretaría de Marina emitido a la superioridad en la tarde del mismo 9 de septiembre precisó “daños incalculables” que daban la impresión de una “ciudad bombardeada por las casas derrumbadas, techos volados, el 99% de los árboles […] sacados de cuajo”.

Efectivamente, la magnitud del desastre en la capital del territorio se dimensionó no sólo por la falta de energía eléctrica y de agua potable durante tres días, en la afectación de las pocas calles pavimentadas en ese tiempo,  y la imposibilidad de transitar por caminos, sino también por los daños causados a los establecimientos comerciales en todo el territorio. Sino también por las decenas de lanchas varadas y los buques “Arturo”, “Kokea” “Ensenada” “Viosca”, “Santo Domingo” y un guardacostas encallados en la ensenada de la bahía de La Paz. Así como por la atención que se brindó a 2 mil habitantes paceños que fueron trasladados a la Escuela Normal, su internado, la secundaria Morelos y otras escuelas quienes, además, habían perdido sus hogares.

Los daños en la agricultura se estimaron que afectaron con pérdidas en el veinte por ciento de los sembradíos de algodón, concentrados en el entonces pujante valle de Santo Domingo; en Loreto se estimó que se perdió el 50 por ciento de las casas

En Santa Rosalía, se consideró que 100 casas sufrieron pérdida total y el 50 por ciento habían sufrido algún tipo de daño considerable, de tal modo que 400 habitantes fueron ubicados en oficinas de gobierno y en las instalaciones del sindicato minero. Las calles descendientes y el arroyo lateral se convirtieron, entre las 6 y las 8 de la mañana en verdaderos y caudalosos ríos que arrastraron todo lo que encontraron a su paso hasta llegar al mar. Los vientos huracanados arrancaron sin contemplación los techos de cientos de casas y, también, del conocido cine Trianón (que no logró reconstruirse en varios años). Este pueblo fue considerado en la nota del periódico La Prensa de la ciudad de México como “un inmenso taller de carpintería”, por los daños experimentados y la situación de escombros en que quedaron las casas, característica arquitectónica e histórica del mismo.

Por su parte, en La Purísima mil habitantes quedaron sin hogar y la lluvia se llevó los sembradíos, particularmente los viñedos y las palmas datileras; en San Ignacio se afectó la presa, se perdió la cosecha de dátil y se desprendieron del suelo 5 mil palmas; en la Heroica Mulegé se reportó el daño considerable en la mitad de las casas del pueblo.

Sin duda alguna, al categoría 1 del huracán permitió que no se lamentara la pérdida de vidas humanas en número considerable. Sin embargo, ello no pudo evitarse de tal manera que el periódico El Nacional estimó el día 15 que se contabilizó el fallecimiento y extravió de 100 personas en todo el territorio sudpeninsular: el arroyo del Palo en La Paz se llevó a los señores José Félix Álvarez, a la señora María Flores y a una niña, de 64, 33 y 13 años, respectivamente. En La Purísima murieron 9 personas y 8 fueron reportadas sin localización; en Loreto, el derrumbe del techo de casa provocó la muerte del policía Francisco Higuera y su nieto Everardo Meza; el Mulegé el huracán acabó con la vida de una mujer de 100 años de edad; y en San Ignacio, un joven de apellido Meza falleció a causa de las heridas causadas por su esfuerzo de rescatar a varias personas durante la lluvia.

Hasta ese año las pérdidas económicas más altas conocidas por la afectación de un ciclón habían sido las de 1919 que alcanzaron los 200 mil pesos. Sin embargo, el paso del huracán de 1950 ocasionó daños por el orden superior a los 200 millones de pesos.

No obstante lo anterior, el gobierno federal dio a conocer que se tenía el abasto suficiente de alimentos básicos para contener la emergencia en Baja California Sur, de tal modo que, por ejemplo, la reserva de trigo duraría para más de un año, la de frijol para 150 días, de harina de maíz para 30 días, la de maíz 65 días y de arroz para 45 días, así como 5 toneladas de galletas y 12 mil latas de leche evaporada, que comenzaron a llegar mediante un puente aéreo y trasladados al interior del territorio en buques de la Armada de México.

Como aspectos anecdóticos del paso del huracán en este año se pueden referir dos hechos. El primero estuvo relacionado con el incendio que vivió la Tenería Suela Viosca apenas unos minutos después de haber cesado los vientos huracanados en la ciudad de La Paz lo que dio paso a que se inaugurara el trabajo de la recién creada estación de bomberos de esta capital. Después de hora y media de esfuerzo el cuerpo de los “tragahumos,” conformado por lo jóvenes Eduardo Hannel, Ramón Ganelón, Arturo Sotelo Salgado, Mario Fenech y Rogelio Félix Félix, logró sofocar el siniestro y cumplir con su primero auxilio.

Por otra parte, se conoció que los pasajeros y la tripulación del buque “Blanco”, que había sorteado el huracán antes de llegar a La Paz, arribaron en la mañana siguiente y al poner pie en la terminal paceña se dirigieron inmediatamente a la catedral de Nuestra Señora de la Paz con el fin de dar gracias al creador por la suerte que les acompañó, según dijeron, en el “dantesco” viaje desde Topolobampo en medio del vendaval.

Fuente del mapa: https://commons.wikimedia.org/wiki/File:10-E_1959_track.png

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