Enseñanza de maestro
Nadie aprende en cabeza ajena, dice el dicho. Pero todo lo que hay perdurable en nuestra cabeza lo hemos aprendido de otros. Esos otros de los que hemos aprendido no han sido al fin y al cabo sino nuestros maestros, me dijo mi maestro Cristian Ábrica en 2006.
Como también, el también fallecido maestro, y amigo personal, Manuel Salvador Druk González, me dijera en 2004 que: “si alguien fue nuestro maestro alguna vez, lo sigue siendo el resto de nuestra vida. Por que no hay nada tan memorable como la propia iniciación en algo, el deslumbramiento de entrar por primera vez a un mundo que no habíamos visto, a una realidad que no habíamos sospechado, a un conocimiento que multiplica lo que sabíamos hasta entonces. Druk, estaba consciente en que esta es la tarea profesional del maestro: la iniciación en el saber.
Por su parte, mi amigo Felipe Ávalos la comparaba con la labor del ministro religioso, pues decía que la tarea del maestro tiene algo de revelación, así como la del político, tiene algo de guíam, como la de los padres, tiene algo de ejemplo supremo y autoridad definitiva. Una vez dijo en clases que no es casual que sea una de las profesiones llamadas vocacionales, al ser una profesión que exige clara predisposición, temperamento adecuado y gusto por ella. Cuando le cantaba una canción del maestro Perales que se llama “Qué pasará mañana”, que me había contado que le gustaba mucho, me decía: “El maestro, como los artistas, nace, y después se hace”.
Años antes, en la primaria, el profesor Antonio Fiol González, oriundo de Las Cuevas, al sur del estado, que fuera también un pilar fundamental en mi formación, y que muriera apenas en 2015, nos puso el pizarrón: “En el inicio del nuevo milenio, se hace evidente que la fuerza que mueve y transforma al mundo no es la de las armas, la de las máquinas, ni la del dinero, sino la fuerza del conocimiento. Quien transmite y reproduce mejor el conocimiento, transforma mejor el mundo en que vive, crea sociedades más justas, economías más productivas, instituciones más eficientes, en una palabra: países más fuertes”. Copié la frase y aún conservo el pedazo de hoja donde se inmortalizó.
Una vez, platicando con mi maestra Manuelita León Geraldo (a quien por cierto me encontré en los tacos después de diez años de no haberla visto), coincidimos en que los países necesitan ingenieros que construyan carreteras, más médicos que curen enfermedades, más abogados que apliquen las leyes, másagricultores que siembren los campos, más obreros que hagan producir las fábricas. Y ella me interrumpía en aquel diálogo: “Pero para tener todo eso necesitan, primero, tener maestros: gente que enseñe a los ingenieros a construir, a los médicos a curar, a los abogados a legislar, a los agricultores a sembrar, a los obreros a producir y, a todos ellos, a ser maestros de los demás y de sí mismos. Porque el que deja de aprender, deja de reproducirse” me dijo varias veces, con la encomienda de que se me tatuara.
Por eso los recuerdo con tanto amor, porque con Felipe Ávalos, en la última charla en su salón de clases, en… 2012 si no me falla la memoria, me dijo que el mayor elogio y la prueba mayor de la razón de ser del maestro es el recuerdo, vivo en cada quién, de los maestros que cada quién ha tenido. Te recuerdo Felipe con mucha gratitud. Gracias pues por la paciencia, el entusiasmo y el sacrificio que imprimiste a tu trabajo día a día, de lo que tengo constancia. Pero sobre todo, por haberme acompañado en mi camino de conocimiento y descubrimientos que sin duda habrán de quedar, al igual que tu nombre y el de todos mis maestros, grabados por siempre en el recuerdo. Descansa en paz querido amigo.
Por Luis Enrique López León
