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OPINIÓN Y ENFOQUE | A PROPÓSITO DEL CONTRATO SOCIAL

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No pretendo disertar sobre los sistemas penitenciarios ni sobre el sistema de justicia, ni tampoco evaluar la evolución de éstos. Teorías hay muchas, pero en nuestro país solamente hay una realidad.

Hace unos días una exalumna muy apreciada me comentó, y cito:

“Cuando un profesor nos lo recomendó (refiriéndose a la obra de Rousseau, El Contrato Social) nos dio una teoría interesante de este libro. El tema central del libro es como la sociedad renuncia a su libertad y la entrega a un gobierno y generó una teoría con base en esto. Su teoría es que, si la sociedad tiene en sí el poder de elegir, renunciar y dictar las normas morales y éticas (yo agregaría jurídicas), entonces la forma correcta de castigar a los ciudadanos sería vistiéndolos de color, así la sociedad sabría que, por ejemplo, el morado es un criminal, y entonces seria juzgado por la sociedad. Creo que esta teoría tiene un punto claro, para él, esa debería ser la forma de castigar y sería la más efectiva.

Si como menciona Rousseau en su libro, entregamos nuestra “libertad” a alguien que a nuestro parecer, de nuevo gracias a una etiqueta, tiene el control, quiere decir que no confiamos en lo que nosotros haríamos con ese poder, claramente no todos podemos decidir algo, si entregamos nuestro poder, es precisamente para no guiarnos por estos elementos morales; mi segundo punto es que no le tenemos miedo a la sociedad, sino que le tenemos miedo a lo que puedan pensar, pero como sabemos existen peras y manzanas, por ende habría un porcentaje de personas que crean que si alguien violó o robó está bien, entonces, como algunos estudios afirman, si el ser humano no entiende en negativos, ¿Solo elegiríamos a los que nos dicen que estamos bien? Y esa culpa desaparecería aunque la mayoría de la sociedad nos despreciara.

El tercer punto, es que considero que okey, el ser humano no puede vivir sin ser parte de una sociedad, tenemos esa necesidad de estar rodeados, entonces, ¿no es peor castigo estar aislado de aquello que anhelamos? Uno de los puntos de la teoría del maestro es que las cárceles sólo les dan comida luz entretenimiento etcétera, o sea, viven “bien” pero comer lo que sea, estar entre 4 paredes y enfrentarte a personas que son peores que tú, bueno no creo que sea mejor, mi punto de esto es esta cuarentena, todos anhelamos salir aunque sea a la tiendita, y no es prisión, ahora me imagino la posición de los de la cárcel. Siento que su anhelo por regresar es peor, la necesidad de ser parte de nuevo de la sociedad es mayor y, por ende, la necesidad de ser aceptado por ella, por eso cambia su forma de vivir e intenta ser aceptado de la mejor forma, así ese pasado y etiqueta terminará. Ahora quisiera saber su teoría. Fin de la cita.

Nuevamente excelente reto y lo acepto. Primeramente, no apoyo la teoría del maestro porque precisamente eso es lo que se ha venido haciendo desde diversas épocas, distinguir con etiquetas a aquellos que no encajan en la normalidad de una sociedad y para ello no hace falta distinguirles con una vestimenta o un color específico y eso se llama segregación, discriminación. Por ejemplo, las castas en la India, las prostitutas en París y Londres, y tradicionalmente la prisión como castigo para los criminales. De hecho, los orígenes históricos de las prisiones fueron albergues para mendigos y huérfanos. Desde mi particular punto de vista esa teoría de la segregación es la que tiene los sistemas penitenciarios como universidades del crimen.

Reconozco que es difícil sacar de nuestra mente la arraigada convicción de que la retribución debida para el criminal debe ser el sufrimiento. La misma denominación “pena” para la sanción prevista a quien comete un delito es sinónimo de sufrimiento.

Ahora bien, es arduo contextualizar, pero debemos recordar cómo nace el Estado. ¿Recuerdan el triángulo de los elementos esenciales estado?

Bien, comencemos con la familia. En este grupo social siempre existe una persona que asume el liderazgo (no le pongamos etiquetas) y el resto de los integrantes se lo reconocen, de manera que esa persona emite sus consejos y directrices que, por lo común, son acatados por todos. ¿Cierto?, y aun cuando no siempre la totalidad de los integrantes esté de acuerdo, dichas decisiones son acatadas.

Ahora, traslademos eso al grupo comunitario más grande, esto es, una población asentada en un territorio que tiene las mismas necesidades por cada familia y como grupo social suman otras necesidades. Por otro lado, la convivencia diaria genera conflictos entre los integrantes de dicha sociedad integradas por grupos familiares con diversos pensamientos individuales.

Entonces para la prevención y solución de los conflictos surge la necesidad de crear normas comunes para conservar la cohesión social. Las normas familiares se quedan en familia, pero habrá algunas que les sean comunes a todo el conglomerado social y otras que nazcan por la necesidad de conservar la paz social y sobre todo de prosperar. Nace la necesidad de entonces crear un orden de normas externas que sean obligatorias para todos, a las que se les establezca fuerza coercitiva por conducto de una autoridad que además sancione a quien las infrinja.

Pues bien, cuando la colectividad llega a ese punto, nace el ESTADO, porque para guardar la cohesión del grupo social en ese territorio de asentamiento, se eligen autoridades que se encuentran sometidas a un marco de actuación que a su vez establece las normas de convivencia y desarrollo para la totalidad de los integrantes de esa sociedad. Por tanto: población, más territorio, más gobierno es igual a Estado, mismo que se encuentra sujeto a un marco jurídico (la constitución u orden jurídico), un patrimonio (la hacienda pública) y un grupo defensor de la soberanía ante otros estados (policía, ejército, fuerzas armadas). Es decir, la famosa cesión de derechos o libertades con que pretende explicarse el contrato social, no es tan fácil de concebir con pocas palabras o con una idea simple.

Desde mi concepción, las libertades deben de conservarse y ejercitarse dentro de un marco legal que juzgue y sancione a todo aquel que las violente, y dicho marco legal debe ser aplicado por autoridades designadas por la propia ley y con facultades limitadas. Elemental.

Entonces, no es que el gobierno, como decía el profesor, sea el receptor de una parte sacrificada de los derechos, sino el instrumento que la sociedad tiene para que esos derechos y libertades puedan ser ejercidos sin más restricción que las normas acordadas por el pueblo a través de sus representantes, elegidos por el pueblo mismo. Por eso no concuerdo del todo con su teoría que propone vestirnos de colores a los buenos y de morado a los delincuentes ya que les estigmatiza. Eso, definitivamente parece más parte de una novela como 1984, donde estemos vigilados por El Gran Hermano, o una película del fin del mundo como “Cuando el destino nos alcance”.

Un error ancestral es el giro que siempre han tenido las prisiones. Aunque le llamen readaptación o reinserción social, nunca ha podido quitarse la idea de la prisión como castigo, es un problema que adquiere dos matices, uno de carácter interno denominado “prisionalización” y otro externo, sociológico, denominado “criminalización”, todo esto en el marco de lo que hasta hoy se practica como “Justicia Retributiva” que es el mal que se le aplica a alguien como contraprestación al daño que ha cometido. Es decir, se le retribuye un mal con otro mal. Así funcionan la mayoría de los sistemas penitenciarios.

Debo ser justo y señalar que las corrientes más modernas hablan de una nueva “Justicia Restaurativa” que en el blanco y negro de una ley, como es el caso de la Ley Nacional de Ejecución Penal”, se advierte excelente, pero tardaremos bastante en que ello sea una realidad. Hay que acotar que para nuestra desgracia el propio nombre de la ley no ayuda a despojarnos del estigma “penal”.

Pero volviendo a lo nuestro, la prisionalización es el proceso de adopción de los usos, costumbres, valores, normas y cultura general de la prisión, es decir, la asimilación o interiorización de la subcultura carcelaria. Este proceso comienza al ingresar en prisión; el reo primerizo asume el rol inferior del grupo al que pertenece. Posteriormente se desarrollan nuevas formas de comer, vestir, dormir, trabajar, comunicarse, ocurren cambios como el consumo de drogas, se aprende a practicar juegos de azar, a realizar actividades homosexuales, a desconfiar, incluso odiar a los funcionarios y a aceptar las costumbres y valores de la comunidad de presos. No obstante, toda persona que ingresa en la cárcel se prisionaliza en alguna medida. El personal carcelario adopta también esa subcultura y desafortunadamente, con frecuencia la traslada a sus hogares.

Por otro lado, la criminalización que es un término criminológico prestado de la sociología, concretamente la teoría denominada del “etiquetado” se ha convertido en un problema psicosocial que consiste en discriminar, segregar y temer de toda persona que en algún momento de su vida ha sido privada de su libertad, por lo que sufre el rechazo inmediato de la sociedad en cuanto se conoce tal circunstancia. De hecho, ni siquiera es necesario que hubiere sido declarado culpable, basta con que haya pisado la prisión. Este fenómeno igualmente afecta al personal carcelario, especialmente a quienes realizan o realizaron funciones de custodia penitenciaria. Esto es claro, no encuentran trabajo, son vistos con desconfianza o inclusive asco. Es decir, son víctimas de una etiquetación que les mantiene segregados prácticamente de por vida. En pocas palabras, se trata de un círculo vicioso.

Quienes han sido prisioneros del sistema lo saben muy bien, dicho círculo vicioso existe y son muy pocos los que logran salir, al grado que, paradójicamente, la prisión se convierte en el lugar más seguro para sobrevivir y, por tanto, prefieren volver a delinquir para ser reintegrados a la subcultura carcelaria.

He ahí porque la teoría del profesor adquiere matices de realidad, de trágica realidad. La famosa vestimenta morada adquiere una ominosa presencia.

Yo no estoy de acuerdo, pero no puedo tapar el sol con un dedo.

Se dice que para solucionar el conflicto entre ambas caras de una sola moneda es necesario que el reo dentro de la prisión se desarrolle en un ambiente igual o lo más cercano posible a la vida en sociedad o al deber ser de la sociedad, de manera que practique aquellas conductas ideales para su desarrollo: educación, trabajo, salud, deporte y civilidad, que la ley define como respeto a los derechos humanos. Y, por otro lado, acercar a la sociedad dentro de la cárcel, involucrarla en la tarea de normalizar la subcultura dentro del ideal de sociedad, perderle el asco a la cárcel para entender que es posible recuperar al que delinquió y facilitarle su regreso.

La gran pregunta es ¿nuestro modelo de sociedad es tan bueno que debe ser normalizado? o ¿es tan parecido al que se vive en prisión de manera concentrada que eso es lo que nos asusta tanto?

Mucho cuidado con la respuesta, a lo mejor nuestro mayor miedo es vernos reflejados en el espejo.

Claro, quienes se han apartado de la ley, al grado que han atentado contra la sociedad misma, la seguridad e integridad de los ciudadanos o la estabilidad del orden social, sin duda deben tener prevista una consecuencia plasmada por la propia norma y dispuesta por los jueces, que permita a la sociedad recuperar la tranquilidad y, así mismo, conciliarse con el delincuente o infractor y a este último reeducarlo y reintegrarlo a la sociedad.

Sé que es difícil aceptar lo que digo por la manera en que lo digo, sobre todo para aquellos quienes han sido víctimas de la violencia. Seguramente fácil no es. Y hay que reconocer que habrá individuos irrecuperables para quienes habrá que prever su especial atención.

Lo que yo creo y quiero decir es que primero hay que educar bien a la sociedad. Y entonces vuelvo al tema del contrato social. No podemos exigir algo como sociedad si ni nosotros nos respetamos.

Cuando el conglomerado social decide elegir a un grupo de personas destacadas para que ejerzan el gobierno (a saber, las funciones legislativas, jurisdiccionales y administrativas) no hacemos esa “cesión” de libertades para que aquellos se conviertan en nuestros amos, por mucho que así lo crean muchos. Actualmente vivimos ni más ni menos ese ejemplo de la manera más perversa posible, tanto de uno como del otro inconsciente e incrédulo lado.

Los fines del estado (estado-gobierno) son, por un lado: satisfacer las necesidades de la población (lo que no significa que se convierta en generador y distribuidor de bienes, sino en ordenador y organizador para que dichos bienes sean repartidos equitativa y totalmente entre los ciudadanos, o sea, servicios públicos) y, por otro: Facilitar que los ciudadanos puedan desarrollarse por sí mismos y producir bienes y contribuir a los gastos del Estado. O sea, por ningún lado hablamos jamás de que el gobierno sea el tirano de la sociedad que lo eligió.

Si la sociedad se somete a la bota del gobernante tirano, no habrá educación y el ciudadano siempre estará tratando de eludir el cumplimiento de la ley y de elegir de entre los suyos aquellos que le prometan no dañarlos mientras los dejen aprovecharse del cargo el tiempo que dure. Por tanto, la educación, bajo esa perversión, se basa en ver quién es más listo por sobre los demás y no el más útil.

Es fácil culpar al gobierno, pero no llego ahí solo. ¿Cierto?, ¿Te suena familiar?

Y entonces sobre tal esquema perverso, vuelvo al tema de las prisiones, segregar a los malos (¿juzgados por quién?) o a los tontos o a los peligrosos o a los inteligentes, equiparándolos, etiquetándolos como delincuentes y dejándolos pudrir en la cárcel es la solución.

Una vez segregados, lo que menos importa es que se “regeneren” porque una vez libres volverán a ser rechazados por ser criminales y vuelta a la cárcel nuevamente, donde encuentran la seguridad dentro de una subcultura igual de cruel, pero a la que se han acostumbrado debido al famoso vestido morado.

Finalizo nuevamente complementando las preguntas con que finalicé la segunda parte:

¿Qué modelo de sociedad vamos a desarrollar? ¿Queremos seguir igual o peor que antes?

Educarnos es el principio de la solución ¿Quién se anima?

Esta es una tarea para valientes y rebeldes. La educación y el razonamiento son el peor enemigo del tirano. Pusilánimes y conformistas favor de abstenerse.

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Pablo González Olachea

Pablo González Olachea

Pablo González Olachea es licenciado en Derecho por la Universidad de Guanajuato, México. 1986.

* Máster en Dirección y Gestión Pública Local por la Universidad
Carlos III de Madrid. Granada, España. 2003.

* Especialista en Medicina Legal, Investigación Criminal y Policía
Científica. Universidad de Salamanca. España. 2003.

* Doctorante de Ciencias Políticas y Sociales. Universidad Mundial
campus La Paz, Baja California Sur. 2018. (Inconcluso)

* Más de treinta años de experiencia profesional en los estados de
Guanajuato y Baja California Sur, en áreas tales como consultoría jurídica,
administración pública, evaluación y control, responsabilidades de servidores públicos, análisis de contratos, investigación y análisis de información, desarrollo de proyectos, liderazgo, docencia y diseño normativo.

* Amplia experiencia docente universitaria en Derecho Constitucional,
Derecho Penal, Derechos Humanos y Garantías Constitucionales, Criminología, Administración Pública, e Investigación Jurídica especialmente en la Universidad Mundial, Campus La Paz, BCS y otras instituciones en el estado de Guanajuato.